La única entrevista a la que me acompañó mi mamá en los 50 fue a la de Diego Rivera. Mamá esperó en el coche mientras (1) yo subía al estudio en Altavista y (2) — me topé con uno de los hombres más desconcertantes y encantadores que me ha tocado entrevistar. Además (3) — me pareció generoso porque siempre (4) — tuvo tiempo para los periodistas, entre otros, una muchacha como yo.
Lento e indulgente, accedió a contestar cuanta pregunta le hiciera, los ojos acuosos, sentado sobre una silla demasiado pequeña, elefante equilibrista y barrigón: en el fondo todas las palabras en “on” se hicieron para Diego Rivera: grandulón, concepción, cabezón, revolución, tragón -(5) él mismo comentó que se echaba de un solo empujón un litro de tequila–, contemplación, ojón, –aluvión de mentiras que al final de cuentas resultaron verdades– y corazón; sí, porque a Diego se le salió del pecho.
– ¿ (6) — dígame, ¿cuál es el colmo de la felicidad?
– No haber nacido.
– Pero, ¿por qué dice (7) usted / — eso? (8) Su madre no diría lo mismo, maestro.
– Yo nunca quise a mi madre, y jamás me llevé bien con ella...
– Está usted como un señor que empieza su obra con un: “Yo odio a mi madre”.
– Bueno, no tanto. […]. A ver, otra preguntita –sonríe Diego.
– Perdone, maestro, (9) — me distraje. ¿Cuál es para usted el colmo de la infelicidad?
– El colmo de la infelicidad oscila entre el estreñimiento y asistir sin ganas a una reunión mundana. [...]
– ¿Y quiénes son las mujeres que ha amado?
– ¿Las mujeres que he amado? Tuve la suerte de amar a la mujer más maravillosa que he conocido. (10) (Ella) / — fue la poesía misma y el genio mismo. Desgraciadamente no supe amarla a ella sola, pues he sido siempre incapaz de amar a una sola mujer. Dicen mis amigos que mi corazón es un multifamiliar. Por mi parte, (11) — creo que el mandato “amaos los unos a los otros” no indica limitación numérica de ninguna especie sino que, antes bien, abarca a la humanidad entera.
– Pero yo lo que necesito son nombres, señor Rivera... ¿Cómo eran (12) ellas / —?
– Si me pusiera a decirle nombres disgustaría a las nombradas... ¡y que nuestra Madre de Guadalupe nos libre de tal cosa! En un segundo ganaría fama de presumido, pedante y rajón, y habría cerrado para mí las veredas únicas que me interesa recorrer en esta cochina vida. [...]
– Si se pudiera volver a nacer, ¿regresaría a la Tierra?
– Ni de chiste.
– ¿Adónde (13) iría — / usted?
– A todas partes menos a la Tierra.
– ¿Usted no cree en Dios?
– Definitivamente no. [...]
– ¿Podría darme una definición de su carácter?
– Desgraciadamente no soy adivino, ni sicoanalista, ni siquiera filósofo. En cuanto a mi carácter, (14) vaya usted a saber, porque no me conozco...
– ¿Y no intenta conocerse?
– Sí, pero (15) no me interrumpa (15) usted / — . Toda mi vida he tratado de conocerme, sin conseguirlo. La introspección ha sido en mí un completo fracaso.
La Jornada, México (TEXTO ADAPTADO)